Punk will never diet!
Interesantes reflexiones de Laura, una chica argentina en torno a la gordura. Un texto que he sacado del blog de Diana Pornoterrorista.
Hay una carta de F. Engels, el otro padre del marxismo, al yerno de Marx, P. Lafargue, donde, además de quejarse por el abuso de la palabra “autoritario” por parte de los anarquistas, se refiere a Bakunin y su “obeso cuerpo”. El viejo recurso de la alusión personal descalificadora en todo su esplendor y una muestra de autoritarismo, qué duda cabe.
La carta en cuestión es de 1871 y, más allá de las distancias epocales, reverbera en mí muy claramente. Hace un año, una pretendida activista algo conocida en el ambiente se refirió a mí en Facebook como “gorda pelotuda”[2]. A pesar de tanto feminismo, post y trans feminismos, femme-inismo, queer, punk, anarquismo, post-estructuralismo y festivales Belladona, me quede virtualmente sin respuesta. El insulto fácil y retrogrado había surtido su efecto hiriente y paralizante. “Gorda” es LA palabra. EL insulto. LA herida. Y nos deja sin palabras la mayoría de las veces.
Yo sé que lo que dijo esa persona es redundante: acá, como en muchos otros lugares, ser gordx es ser muchas otras cosas negativas. Ser gordx es también ser fex, indeseable, poco saludable, flojx, amorfx, bobx, lentx, pelotudx. Una pelota bah, algo sin gracia. Sé que no soy gorda en todos esos sentidos y sé también que algunxs de ustedes buscarán en Internet fotos que atestigüen esto que digo. Pero sí soy gorda. No sólo según discutibles estándares o idealizaciones normativas o en la opinión de ciertxs micro-fascistas que habitan incluso ambientes autodenominados libertarios, activistas o lo que sea. Pero voy a explicarme mejor.
Soy gorda porque hoy elijo nombrarme así, con esa rara rabia que te hace sentir orgullo y alegría a veces, salgo del closet de las tallas (Kosofsky Sedgwick-Moon, Tendencies,1993), del cuerpo-patrón (Juan Nicolás Cuello, 2011), ese cuerpo inobjetable que sólo portarían algunxs pocxs: lxs que se ejercitan, los que comen “bien”, los que se mesuran y mesuran al resto. Soy gorda, así, en tiempo presente, porque no se nace gordx (jugando con de Beauvoir, Preciado, Sedgwick, Moon y Berlant), sino que hay un hacer constante, que no se corresponde únicamente con una patología o desorden somático/psíquico o una relación desequilibrada con la comida y la posibilidad de consumo en estas sociedades.
Como mujer gorda recién salida del closet me pregunto algunas cosas. ¿Cuánto es demasiado? ¿Cuándo se empieza a ser demasiado gordx, demasiado altx, bajx, afeminadx, masculinx, pelado o peludo, fláccidx (o demasiado viciosx)? ¿En qué momento dejamos de ser alguien para ser sólo gordx? Demasiada visibilidad/voluminosidad nos invisibiliza, paradójicamente. Nos reduce a un mote, a un insulto (autorxs como Lauren Berlant destacan que perdemos incluso el nombre propio para pasar a ser sólo una cosa excesiva). O, peor aun, nos reduce a algo que debe sacarse de la vista. O borrarse si es que no puede convertirse en otra cosa con esfuerzo, voluntad, sudor y lágrimas (la persona flaca que la gordura encerró bajo siete llaves).
El insulto es una manera de estigmatizar, eso es sabido. La operatoria reiterada de la ofensa hiriente nos ata a una historia que nos precede y que no elegimos del todo. Nuestros cuerpos son el producto de la historia política, no simplemente de la historia natural (Preciado, Manifiesto Contrasexual, 2002). La gordura, como el género y otros dispositivos, no son naturales (Judith Butler, El género en disputa, 2007). Nuestros cuerpos gordos son cuerpos fabricados como estigmatizables, indudablemente. Como el cuerpo puto, lesbiano, negro, pobre, migrante, trans, intersexuado o infantilizado. Lo que no encaja, lo que excede, lo que estalla límites, costuras y cierres, asientos de colectivo, fronteras, ficciones y permisos legales.
Dice Judy Butler (Lenguaje, poder e identidad, 2004) que estos nombres injuriosos no deben mantenerse en el dominio de lo indecible, porque así preservan su potencial hiriente. Sacarlos del silencio tal vez nos permita usarlos para otras cosas impensadas. Como salir del lugar de la herida que habitamos. Y dejar de pedir perdón por aquello que no hicimos, como decía Alejandra Pizarnik en un lindo poema que siempre me gusta recordar.
Preciado quiere para este siglo XXI una rebelión común, de los cuerpos. Una rebelión somática, dice, “frente a los sistemas policiales de género, sexo, sexualidad, raza y normalidad corporal que prevalecen en las democracias occidentales”[3]. Para empezar, hoy me propongo ser este cuerpo que soy, impetuoso y frágil pero invencible. Y visible, bien visible. Sé que para hacer esta rebelión de los cuerpos y los afectos van a ser necesarias muchas más barricadas que las que aparecen nombradas acá. Pero estoy confiada. Algunas chicas somos más grandes que otras, ya lo sabían los Smiths. Y el Foucault que les ponía fichas a las feministas que superaban las trampas de la sexualidad colonizadora y sus efectos corporales también nos anunciaba a nosotras. Algunas chicas somos más grandes que otras sin importar la talla que portemos. Y podemos hacer grandes cosas por nosotras mismas. Una revuelta que no sea insípida como un jugo light tal vez. Una insurrección desordenada contra la autoridad que todo lo mide y todo lo marca. Riot not diet, decían unas hermanas norteamericanas décadas atrás. Cantemos con ellas las canciones furiosamente alegres que hablan de la piel dura y de los cuerpos que no quieren ser gobernados.
Buenos Aires, 25-9-11.
[1] Gracias a todxs lxs que discutieron conmigo algunas de estas ideas en Internet o cara a cara y compartieron generosamente sus sentires, experiencias, padeceres y deseos. Gracias a los afectos que me sostuvieron cuando me sentí herida e insultada. Gracias a lxs amigxs que no necesitan pelearse por mí ni defenderme pero sí saben decir “si te metés con mis amigas te metés conmigo”. Nombro en especial a Marianita, Pato, Ile y Gastón. Gracias a Aldu que me dio la idea para el título. Y la lectura inteligente y sensible que hicieron de los borradores muchxs de lxs nombradxs. Dedicado a Juanel, por darme siempre una excusa para escribir. Este artículo me inspiró profundamente y estaría bueno que alguien lo traduzca: http://www.neoamericanist.org/paper/punk-will-never-diet
[2] Es curioso cuánto pueden herir ciertos personajes conceptuales o ficcionales que andan anunciándose libres pero están firmemente atadxs a sus privilegios y a sus mezquindades prosaicas. Afortunadamente, hace un tiempo largo ya que algunxs aprendimos que se puede saltar de la herida narcisística al espacio político. Porque no se trata de cuestiones menores o anecdóticas, ligadas a la “vida privada” o a la estética, sino que tienen que ver directamente con los cuerpos que importamos y si contamos como tales para otrxs, en cuáles condiciones y circunstancias.
[3] Entrevista a Beatriz Preciado en el Periódico Diagonal del 20/7/2010. Disponible en http://www.diagonalperiodico.net/Es-urgente-e-imprescindible-en-el.html
Hay una carta de F. Engels, el otro padre del marxismo, al yerno de Marx, P. Lafargue, donde, además de quejarse por el abuso de la palabra “autoritario” por parte de los anarquistas, se refiere a Bakunin y su “obeso cuerpo”. El viejo recurso de la alusión personal descalificadora en todo su esplendor y una muestra de autoritarismo, qué duda cabe.
La carta en cuestión es de 1871 y, más allá de las distancias epocales, reverbera en mí muy claramente. Hace un año, una pretendida activista algo conocida en el ambiente se refirió a mí en Facebook como “gorda pelotuda”[2]. A pesar de tanto feminismo, post y trans feminismos, femme-inismo, queer, punk, anarquismo, post-estructuralismo y festivales Belladona, me quede virtualmente sin respuesta. El insulto fácil y retrogrado había surtido su efecto hiriente y paralizante. “Gorda” es LA palabra. EL insulto. LA herida. Y nos deja sin palabras la mayoría de las veces.
Yo sé que lo que dijo esa persona es redundante: acá, como en muchos otros lugares, ser gordx es ser muchas otras cosas negativas. Ser gordx es también ser fex, indeseable, poco saludable, flojx, amorfx, bobx, lentx, pelotudx. Una pelota bah, algo sin gracia. Sé que no soy gorda en todos esos sentidos y sé también que algunxs de ustedes buscarán en Internet fotos que atestigüen esto que digo. Pero sí soy gorda. No sólo según discutibles estándares o idealizaciones normativas o en la opinión de ciertxs micro-fascistas que habitan incluso ambientes autodenominados libertarios, activistas o lo que sea. Pero voy a explicarme mejor.
Soy gorda porque hoy elijo nombrarme así, con esa rara rabia que te hace sentir orgullo y alegría a veces, salgo del closet de las tallas (Kosofsky Sedgwick-Moon, Tendencies,1993), del cuerpo-patrón (Juan Nicolás Cuello, 2011), ese cuerpo inobjetable que sólo portarían algunxs pocxs: lxs que se ejercitan, los que comen “bien”, los que se mesuran y mesuran al resto. Soy gorda, así, en tiempo presente, porque no se nace gordx (jugando con de Beauvoir, Preciado, Sedgwick, Moon y Berlant), sino que hay un hacer constante, que no se corresponde únicamente con una patología o desorden somático/psíquico o una relación desequilibrada con la comida y la posibilidad de consumo en estas sociedades.
Como mujer gorda recién salida del closet me pregunto algunas cosas. ¿Cuánto es demasiado? ¿Cuándo se empieza a ser demasiado gordx, demasiado altx, bajx, afeminadx, masculinx, pelado o peludo, fláccidx (o demasiado viciosx)? ¿En qué momento dejamos de ser alguien para ser sólo gordx? Demasiada visibilidad/voluminosidad nos invisibiliza, paradójicamente. Nos reduce a un mote, a un insulto (autorxs como Lauren Berlant destacan que perdemos incluso el nombre propio para pasar a ser sólo una cosa excesiva). O, peor aun, nos reduce a algo que debe sacarse de la vista. O borrarse si es que no puede convertirse en otra cosa con esfuerzo, voluntad, sudor y lágrimas (la persona flaca que la gordura encerró bajo siete llaves).
El insulto es una manera de estigmatizar, eso es sabido. La operatoria reiterada de la ofensa hiriente nos ata a una historia que nos precede y que no elegimos del todo. Nuestros cuerpos son el producto de la historia política, no simplemente de la historia natural (Preciado, Manifiesto Contrasexual, 2002). La gordura, como el género y otros dispositivos, no son naturales (Judith Butler, El género en disputa, 2007). Nuestros cuerpos gordos son cuerpos fabricados como estigmatizables, indudablemente. Como el cuerpo puto, lesbiano, negro, pobre, migrante, trans, intersexuado o infantilizado. Lo que no encaja, lo que excede, lo que estalla límites, costuras y cierres, asientos de colectivo, fronteras, ficciones y permisos legales.
Dice Judy Butler (Lenguaje, poder e identidad, 2004) que estos nombres injuriosos no deben mantenerse en el dominio de lo indecible, porque así preservan su potencial hiriente. Sacarlos del silencio tal vez nos permita usarlos para otras cosas impensadas. Como salir del lugar de la herida que habitamos. Y dejar de pedir perdón por aquello que no hicimos, como decía Alejandra Pizarnik en un lindo poema que siempre me gusta recordar.
Preciado quiere para este siglo XXI una rebelión común, de los cuerpos. Una rebelión somática, dice, “frente a los sistemas policiales de género, sexo, sexualidad, raza y normalidad corporal que prevalecen en las democracias occidentales”[3]. Para empezar, hoy me propongo ser este cuerpo que soy, impetuoso y frágil pero invencible. Y visible, bien visible. Sé que para hacer esta rebelión de los cuerpos y los afectos van a ser necesarias muchas más barricadas que las que aparecen nombradas acá. Pero estoy confiada. Algunas chicas somos más grandes que otras, ya lo sabían los Smiths. Y el Foucault que les ponía fichas a las feministas que superaban las trampas de la sexualidad colonizadora y sus efectos corporales también nos anunciaba a nosotras. Algunas chicas somos más grandes que otras sin importar la talla que portemos. Y podemos hacer grandes cosas por nosotras mismas. Una revuelta que no sea insípida como un jugo light tal vez. Una insurrección desordenada contra la autoridad que todo lo mide y todo lo marca. Riot not diet, decían unas hermanas norteamericanas décadas atrás. Cantemos con ellas las canciones furiosamente alegres que hablan de la piel dura y de los cuerpos que no quieren ser gobernados.
Buenos Aires, 25-9-11.
[1] Gracias a todxs lxs que discutieron conmigo algunas de estas ideas en Internet o cara a cara y compartieron generosamente sus sentires, experiencias, padeceres y deseos. Gracias a los afectos que me sostuvieron cuando me sentí herida e insultada. Gracias a lxs amigxs que no necesitan pelearse por mí ni defenderme pero sí saben decir “si te metés con mis amigas te metés conmigo”. Nombro en especial a Marianita, Pato, Ile y Gastón. Gracias a Aldu que me dio la idea para el título. Y la lectura inteligente y sensible que hicieron de los borradores muchxs de lxs nombradxs. Dedicado a Juanel, por darme siempre una excusa para escribir. Este artículo me inspiró profundamente y estaría bueno que alguien lo traduzca: http://www.neoamericanist.org/paper/punk-will-never-diet
[2] Es curioso cuánto pueden herir ciertos personajes conceptuales o ficcionales que andan anunciándose libres pero están firmemente atadxs a sus privilegios y a sus mezquindades prosaicas. Afortunadamente, hace un tiempo largo ya que algunxs aprendimos que se puede saltar de la herida narcisística al espacio político. Porque no se trata de cuestiones menores o anecdóticas, ligadas a la “vida privada” o a la estética, sino que tienen que ver directamente con los cuerpos que importamos y si contamos como tales para otrxs, en cuáles condiciones y circunstancias.
[3] Entrevista a Beatriz Preciado en el Periódico Diagonal del 20/7/2010. Disponible en http://www.diagonalperiodico.net/Es-urgente-e-imprescindible-en-el.html
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